viernes, 15 de marzo de 2013

Aplicaciones… ¿gratuitas?


Hoy en día, disponemos de teléfonos que son capaces de hacer cosas que no nos podríamos imaginar un par de años atrás. A pesar de costar una gran cantidad de dinero, siempre nos mostramos reacios a pagar por aplicaciones en lugares como Play Store, Itunes o Marketplace. Por ello siempre tendemos a buscar las aplicaciones que son denominadas “gratuitas” o las descargamos por internet (a pesar del riesgo que conlleva, ya que se pueden modificar de modo que enviemos información a un hacker sin nuestro consentimiento). Nosotros nos vamos a centrar en las conocidas aplicaciones gratuitas.

El término gratis se define como “sin pago o compensación a cambio”. Esto nos llega a la mente de un modo tal que “no tendré que pagar nada por utilizar esto”. Podemos llegar a la conclusión de que si algo es gratis, no tenemos que dar nada a cambio. En caso de que pagaramos aunque sea un solo céntimo, dejaría de ser gratis.

El problema viene cuando nos damos cuenta de que el concepto en cuestión es erróneo. Poniendo un ejemplo de la vida real: si damos de comer a un mendigo para que nos pinte la puerta, no le estamos ofreciendo dinero, pero tampoco le damos de comer gratis. Volviendo al tema de la telefonía móvil, descargamos la aplicación de un modo totalmente gratuito, por supuesto, pero a cambio tenemos que pagar a los desarrolladores con nuestra información. Por ejemplo: los lugares que solemos visitar, la información que nos interesa de una página web, etc. Ya no hablamos de si nos da la opción de vincular por Facebook o a otra red social, porque entonces le ofrecemos todo lo que tenemos almacenados en estas redes, que es más de lo que nos gustaría que supiera una empresa que quiere vender su producto, por ejemplo.

Esto nos puede parecer algo intrascendente, pero no lo es. Utilizan los datos que recogen para realizar estudios de mercado completamente gratis sin nuestro consentimiento. Lo más curioso es que cuando descargamos una aplicación desde Play Store, aceptamos permisos que pasan desapercibidos. Pongamos un ejemplo:



Una aplicación que consiste en un detector de mentiras (que posiblemente es un fraude), nos pide información sobre nuestra ubicación, sobre el teléfono y poder acceder a la red. Cuanto menos es “de tontos” cuando aceptamos que alguien sepa donde estamos y que lugares frecuentamos, además de a quiénes llamamos. Es digno de estudio la estupidez humana y el hecho de que hay cosas que pasan desapercibidas siendo alarmantes.

Como conclusión llegamos a que estamos ante una violación clara del derecho a la privacidad, que con Internet desaparece notablemente. Hay aplicaciones que requieren un registro con el cual ya les ofrecemos información, pero al menos sabemos que se la estamos dando. El problema viene cuando la estamos mandando a compañías las cuales pueden usarla a su antojo y, además, bajo nuestro consentimiento a pesar de que no lo sepamos.

Hola Internet, adiós privacidad.


Antonio Pérez García

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